En lo alto de la Barranca, encontramos al majestuoso el rey de la pampa, el ombú. Se dice que el ombú es el árbol perfecto para los parques públicos por su longevidad, su sombra y las raíces que invitan a sentarse lo hacen una especie de ser protector al que uno quisiera acercarse.
"Sobrevive, porque es tan grande lo que simboliza que las generaciones que se han ido sucediendo, parece no se hubieran atrevido a afrontar las iras del señor de las pampas, que acostumbrado a luchar con los años, con los vientos, con los huracanes y con las tempestades, los hubiera arrollado con el fruncir de su entrecejo iracundo por irreverentes y atrevidos. Ricardo Tarnassi, Belgrano de antaño: recuerdos e impresiones"
En la segunda manzana vemos la Glorieta Antonio Malvagni. La construcción de esta obra tuvo como primer objetivo alojar a las orquestas y a las bandas de música que ofrecían sus conciertos al aire libre. Su base es de material, pero todo lo demás está construido en hierro. El piso original era de madera. Dicen, que cuando lo retiraron, encontraron un plano con todos los secretos que esconden las barrancas...
Quién sabe si el manto verde y los árboles hipnotizan o si está, como un tesoro, medio escondida.
La cuestión es que Barrancas de Belgrano tiene una réplica de la Estatua de la Libertad, esculpida por el francés Frédéric Auguste Bartholdi, el mismo que creó la de Nueva York.
Uno espera verla desde lejos. Pero no. Hay que entrar a la plaza y recorrer el “bosque” para encontrar ese “árbol”.
Efectivamente la obra es un tesoro. Fue inaugurada el 3 de octubre de 1886, 25 días antes que la de Manhattan. Mide unos 3 metros, 90 menos que la norteamericana. Y aunque Bartholdi la diseñó en hierro rojizo, la pintaron con un intento de verdigrís, como a otras tantas esculturas de la Ciudad, para preservarla del vandalismo.
