Balcones del Aneto II
Libro de los
Tesoros
Hace no mucho tiempo, el rey Aneto reunió a un
grupo de montañeros y les encargó que escondieran un preciado
tesoro.... Según cuenta la leyenda, los montañeros que
se aventuren a ir en su búsqueda habrán de emplear al menos
tres días completos durante los cuáles disfrutarán de bellos
paisajes.
…
Autor
Boss
SiriNeos
…
Agradecimientos
A los
SiriNeos
Quique, Ana, Ani,
Martita, Alberto, Consu, Maria, Javier, Lucía,
Nacho, Mariajo,
Nachete, Almu, Mónica, Marta, Mayi, y Pablo
…
A
mi hijo
Julián
…
A mi hermano
Pedro
…
A
mis amigos
Edu, Jorge,
Ángel, Iñigo, Cristina, Victoria, Eva y
Julio
…
Capítulo
I
La guarida del
Toro
Asomaban los
primeros rayos del verano, cuando el rey Aneto y sus caballeros
arribaban a la Posada de la Besurta, donde habían de encontrarse
con el grupo de montañeros al que había encomendado la misión de
esconder uno de sus más preciados tesoros.
El monarca se mostraba intranquilo por los cambios que había tenido
que improvisar a última hora. Los recientes ataques sufridos a
cuenta de la diosa Nieve, habían inhabilitado gran parte de los
caminos que llevan hasta el escondite que tanto tiempo le había
costado elegir.
Tres días antes se había reunido en secreto, en los bosques de
Vallibierna, con sus fieles caballeros Perdiguero y Posets, y
juntos habían decidido cambiar el tesoro, pues ninguno de los tres
nobles daban con ningún otro lugar tan seguro como para esconder el
más preciado tesoro. La arriesgada misión de esconder a Balcones
del Aneto I tendría que esperar hasta que llegaran tiempos más
seguros.
La tardanza de
aquellos SiriNeos impacientó al monarca del reino de Pirineos, y
sus nervios se tensaron aún más cuando descubrió que faltaban gran
parte de los que habían sido convocados. Aneto enfureció cuando el
jefe de aquel grupete le daba cuenta de los motivos que les habían
llevado a tener aquellas faltas de puntualidad y asistencia. Los
Portillones y los Eristes temblaron cuando el rey les maldijo por
sus faltas de respeto, y tras explicarle cómo llegar al escondite,
le entregó a Balcones del Aneto II. Antes de montar a
Cregüeña, Aneto se volvió y les dijo que al amanecer del día
siguiente les estaría esperando en la aldea de
Sahun.
Si alguien quisiera conocer las aventuras que pasaron los SiriNeos
durante aquel día, a
fin de conseguir alguna pista acerca de dónde escondieron aquel
misterio tesoro, debe acompañarnos en este
viaje.
Capítulo
II
El enigma de la
Ribereta
Aneto cabalgaba veloz por los
bosques de Vallibierna, deseando ardientemente llegar a la cabaña
de Coronas, donde iba a mantener un encuentro amoroso con Llardana,
esposa de su más fiel caballero, el conde Posets.
Habían pasado casi cinco años desde su último encuentro y, desde
entonces, no había pasado ninguna noche sin que soñara con aquella
mujer que casi le hace enloquecer.
Al desmontar de su yegua, sintió
los latidos de su corazón al verla junto a la puerta vestida de
blanco y con aquella larga melena rubia de la que tantas veces se
había acordado. Aneto fue corriendo hacia ella y la besó
apasionadamente. Mientras él rasgaba su vestido, ella se acordó del
día que aquel hombre le había hecho gozar del mayor placer, y
susurrándole al oído le suplicó que lo volviera a hacer. Aneto la
embistió una y otra vez, con fuerza, cuál si fuera aquel Toro bravo
que ahora estaría protegiendo su tesoro, y antes de terminar de
poseerla por primera vez, la llenó catorce veces de placer, antes
de caer exhausto tras consumar su propio placer. Mientras se vestía
después de haberla poseído por cuarta vez, Aneto se deleitaba
contemplando el cuerpo de su querida Llardana, que yacía desnuda
sobre la cama sintiéndose muy satisfecha por todo el placer que
había recibido de aquel hombre, su rey. Se besaron por última vez y
acordaron volverse a encontrar, una semana más tarde, en el mismo
lugar.
Mientras los nobles amantes se
despedían, el grupete de SiriNeos entraba en el campamento del Rey,
después de haber subido hasta la Guarida del Toro para esconder a
Balcones del Aneto II. Allí estaban los demás SiriNeos, que se
habían retrasado a causa de una de las danzarinas del grupo.
Mientras los varones montaban el campamento, las hembras preparaban
la cena, y los niños se tocaban la barriga. Durante la cena, todos
reían y charlaban sin parar, sin que nadie fuera consciente de las
aventuras que durante aquellos cuatro días tendrían que
pasar.
Sahun, su bastardo predilecto, era
fruto del amor secreto que tuvo con Ribereta, una hermosa mujer
perteneciente a una humilde familia de Castejón de Sos. Mientras
observaba el parecido que tenía con aquel mozo, Aneto se acordó de
los buenos ratos que había pasado con su madre, cuando juntos se
iban a bañar a los ibones de
Barbarisa.
Una simple mirada fue suficiente, para que el jefe de los SiriNeos
se diera cuenta de que aquel día su rey estaba diferente. Primero
saludó cordialmente a todos los SiriNeos y luego invitó a su jefe a
entrar en la casa de Sahún. Una vez dentro, Aneto le entregó una
caja con la inscripción
+++ BAGÜEÑA
+++
y le dijo que contenía
una de las tres llaves que se necesitaban para abrir el
tesoro.
Y
t
ras explicarle cómo llegar hasta el escondite de aquella caja, le
dijo que pasados dos días les estaría esperando en el puente de san
Jaime.
Si alguien quisiera conocer las aventuras que pasaron los SiriNeos
durante aquellos dos días, a fin de conseguir alguna pista acerca
de dónde escondieron aquella misteriosa caja, debe acompañarnos en
este
viaje.
Capítulo
III
Huellas en
Estós
Al amanecer de aquel día, Aneto y su hijo habían salido de caza por
el valle de Estós, una costumbre que solián practicar cuando el
príncipe Perdido visitaba la comarca de Benasque. Aneto se sentía
orgulloso al contemplar aquellos trofeos, dos nobles sarrios que
yacían junto a la orilla del lago Bardamina, y que habían sido
abatidos por la certera flecha de su heredero.
Tras compartir un suculento almuerzo, el rey le habló acerca de los
tesoros, y le dijo que tenía que aprender el arte de esconderlos,
pues tarde o temprano, él sería el rey, y no tendría más remedio
que hacerlo. El príncipe se entusiasmó cuando su padre le habló de
un libro que contenía los secretos de los tesoros, que solamente
podían ser encontrados por aquellos que pertenecían a la orden de
Los Cazadores de Tesoros, que al ser ordenados recibían un don
especial que les hacía captar todos los secretos guardados en aquel
misterioso libro.
El príncipe se mostró muy interesado cuando su padre le dijo que
estaban escondiendo a Balcones del Aneto II, y que iba a conocer al
jefe de los SiriNeos, al que llamaban Boss.
Antes de que el sol se escondiera entre las montañas, cargaron en
sus hombros aquellos dos rebecos y bajaron aprisa hacia la
residencia de verano de los reyes de Pirineos, el palacio de Estós.
Tenían que apresurarse si querían llegar a tiempo para vestirse con
sus mejores galas, antes de asistir al banquete que los reyes
celebraban aquella noche, para anunciar la boda de su única hija,
la infanta Literota.
La gran mesa de los Tres Reyes estaba llena de suculentos manjares
y, a su alrededor, se sentaban numerosos invitados, todos ellos
nobles de gran altura, que habían acudido desde los lugares más
recónditos del reino de Pirineos. La condesa Gavarnie sonreía junto
a su marido, el conde de Marbore, a quien
se reconocía por la
marcada brecha que tenía en una de sus cejas, que según cuentan era
el recuerdo de un duelo que tuvo con joven llamado Rolando. El
obispo de Acherito estaba junto al marqués de Bisaurin, que había
acudido sin su esposa, la marquesa de Secús, ya que desde hace
tiempo padecía de una grave enfermedad. También se encontraban los
jóvenes generales Añisclo y Cilindro, que habían sido invitados por
su proximidad con el príncipe Perdido. Al otro lado estaba el
cardenal Vignemale, flanqueado por los obispos de Gaube y Marcadau.
Y había muchos más, de los cuales ahora no me puedo acordar. Los
invitados se levantaron al oír el anuncio de la llegada de la
familia real. La bellísima princesa Ordesa estaba radiante con
aquel vestido blanco, y caminaba cogida del brazo de su marido, el
príncipe Perdido. Tras ellos, entró la reina Remuñe acompañada por
aquel apuesto noble francés, que pronto sería su yerno, el conde
Geourgs Blancs. Y tras ellos entró el rey Aneto cogido del brazo
por su dulce hija, la
infanta Literota.
Al terminar la cena, el rey dio un discurso que terminó con el
anunció de la boda de la infanta con el conde francés. Tras brindar
por los novios y abrir el baile con su fiel esposa, Aneto salió
afuera con sus amigos Perdiguero y Posets para ponerles
al corriente de los
últimos asuntos relacionados con el tesoro, y luego volvieron a
repasar los escondites destinados a las restantes
cajas.
Hacía más de una hora que los SiriNeos habían
llegado al puente de San Jaime, procedentes del campamento del Rey,
donde habían descansado al terminar la pequeña travesía que habían
hecho por la Ribereta. El jefe de los SiriNeos estaba tranquilo,
pues se imaginaba que aquel retraso tendría que ver con el banquete
real de la noche anterior.
Por fin apareció Aneto trotando junto al príncipe. Aneto saludó a
todos y temió por la vida de uno que faltaba. Preguntó por él y se
quedó tranquilo cuando le dijeron que había tenido que marcharse
para atender negocios muy importantes. Aneto cogió del brazo al
jefe de los SiriNeos y le dijo a Perdido que les acompañara hasta
una pequeña borda que había junto al río Ésera. Cuando estaban
dentro, Aneto le hizo entrega de dos cajas, una de ellas con la
inscripción
+++ PERRAMO +++
y le dijo que contenía dos llaves, una de ellas era la llave de
Bagüeña y la otra era una de las tres llaves que se necesitan para
abrir el tesoro.
Y la otra caja contenía la
inscripción
+++ BATISIELLES +++
y le dijo que contenía otras dos llaves, una de
ellas era la llave de Perramo y la otra era una de las tres llaves
que se necesitan para abrir el tesoro.
Tras explicarle cómo llegar hasta los escondites de
aquellas cajas, le preguntó al jefe de los SiriNeos que si conocía
algún lugar en el que pudieran verse en secreto, ellos dos solos,
dos días después. Boss pensó y luego le explicó cómo llegar a la
aldea de San Feliu de Veri siguiendo el camino viejo de San
Fernando. Le dijo que al llegar a la aldea buscara una casa con la
inscripción
+++ BARRIENTOS +++
y que allí le estaría esperando. Al salir de la borda, Aneto y
Perdido se despidieron amablemente de los SiriNeos, y tras montar
en sus caballos salieron corriendo al
galope
Si alguien quisiera conocer las aventuras que pasaron los SiriNeos
durante aquellos dos días, a fin de conseguir alguna pista acerca
de dónde escondieron aquellas misteriosas cajas, debe acompañarnos
en este viaje.
Capítulo
IV
La revelación de San
Feliu
Aneto
marchaba al trote por aquel agradable camino, siguiendo el
itinerario que Boss le había indicado al despedirse de los
SiriNeos en el puente de San Jaime. No tuvo problema para
encontrar la casa en la que le dijo que estaría esperándole.
Llamó a la puerta y al instante salió aquel hombre para
saludarle solemnemente, pues adoraba profundamente a su rey.
El monarca se mostró contento, cuando Boss le informó de lo
bien que les había ido a los SiriNeos, durante la pequeña
travesía que habían hecho durante dos días para esconder las
cajas Perramó y
Batisielles.
Cuando el
jefe de los SiriNeos terminó de hablar, Aneto sacó tres cosas
y las puso encima de la mesa: un plano de cerradura, un mapa
y una llave. Primero le habló del plano y le dijo que sin él
era imposible abrir la cerradura del tesoro, dado que había
que conocerlo bien para saber cómo colocar las tres llaves
que la abrían. Luego le contó que en aquel mapa estaba
recogido el itinerario que habían seguido los SiriNeos
durante los cinco días que habían empleado para esconder a
Balcones del Aneto II. Y por último le dijo que aquella
llaveservía para abrír la caja llamada Batisielles. Y
continuó diciéndole a Boss que viajara hasta la Isla de los
Tesoros, y que buscara al Guardián de los Secretos, al que
debía entregar aquellas tres cosas para que las escondiera en
el Libro de los
Tesoros.
Mientras se
daban un abrazo de despedida, Aneto le dijo que los SiriNeos
estuvieran preparados, porque pronto les llamaría para
esconder un nuevo tesoro en el valle de Chistau. Y tras
montar a Cregüeña, Aneto se marchó al galope por el mismo
camino que había venido, el camino de San
Fernando.
De las
aventuras que aquel SiriNeo tuvo que pasar para llegar hasta este
misterioso lugar, nada os puedo contar, pues de aquello ninguna
palabra quiso mediar. Lo único que os puedo decir es que al llegar
a esta isla, me hizo entrega de aquellas tres cosas que Aneto le
había dado para que fueran escondidas en este Libro de Tesoros, y
que os dejo junto a este relato que ahora estoy llevando a su fin,
no sin antes contaros que aquel hombre me dijo que la búsqueda de
este tesoro no debía emprenderse fuera de la época de
verano.
FIN