Fue construida hacia 1913 por los arquitectos Togneri y Fitte, y destruida por un tornado en 1974.
Hasta no hace mucho —dos o tres años, afirman los memoriosos— el Expreso Pampeano pasaba lentamente con su carga por Máximo Fernández, la estación ferroviaria de Salaberry, a unos 20 km de Bragado. El traqueteo de la locomotora interrumpía por unos segundos los chillidos de las catitas, apostadas cual vigías celosos en las palmeras que flanquean las ruinas de la capilla y de la escuela en la Estancia Montelén, a pocos metros de allí. Dos edificios emblemáticos que fueron eje de la vida comunitaria del pueblo y a los que un tornado que asoló la zona destruyó casi por completo el 5 de enero de 1974.
Para llegar a Montelén hay que recorrer varias leguas de caminos rurales, siguiendo las huellas de las chatas que transportan provisiones de un caserío a otro. Después de un rato de andar esquivando cuises entre los sembradíos, y habiendo dejado atrás un par de carteles salpicados de barro, se vislumbra un intenso verdor. Un boscaje inesperado en la llanura baja y monocorde. Sobre la mano izquierda del antiguo Camino Real que une La Limpia con San Emilio emerge una visión de ensueño. Unas altas paredes grises, coronadas por arcos ojivales, asoman como menhires de la frondosa vegetación.
Las ruinas de la Capilla del Sagrado Corazón, de estilo neogótico, supo tener puerta de roble macizo, vitrales, techo de pizarra francesa y campana de bronce para llamar a los fieles, en su fachada aún puede leerse la firma de los arquitectos Togneri y Fitte. Un poco más allá, se atisba lo que queda de la primera escuela del paraje: dos salones semiderruidos que aún conservan los dibujos pintados por los pequeños alumnos y el primer piso, al que no se puede acceder por falta de escaleras, donde vivía la directora. Y a lo lejos, sobre la curva de un sendero tapizado de hojas, las aspas de un imponente molino de viento.
Hace cuatro años, las bellas y misteriosas ruinas de Montelén abrieron oficialmente sus puertas al turismo. Solo pueden visitarse —siempre y cuando no llueva y con cita previa— los fines de semana y los días feriados, desde las diez de la mañana hasta la puesta del sol.
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It was built around 1913 by the architects Togneri and Fitte, and destroyed by a tornado in 1974.
Until not long ago —two or three years, say those who remember— the Expreso Pampeano passed slowly with its cargo through Máximo Fernández, the Salaberry railway station, some 20 km from Bragado. The rattling of the locomotive interrupted for a few seconds the squeals of the catitas, stationed like jealous watchmen in the palm trees that flank the ruins of the chapel and the school in the Estancia Montelén, a few meters away. Two emblematic buildings that were the axis of the community life of the town and which were almost completely destroyed by a tornado that devastated the area on January 5, 1974.
To get to Montelén you have to travel several leagues of rural roads, following the tracks of the flats that transport provisions from one hamlet to another. After walking for a while dodging guinea pigs among the fields, and having left behind a couple of mud-spattered billboards, an intense green can be glimpsed. An unexpected grove on the low, monotonous plain. On the left hand side of the old Camino Real that joins La Limpia with San Emilio, a dreamlike vision emerges. High gray walls, crowned by pointed arches, stick out like menhirs from the lush vegetation.
The ruins of the Chapel of the Sacred Heart, in a neo-Gothic style, used to have a solid oak door, stained glass windows, a French slate roof and a bronze bell to call the faithful. On its façade you can still read the signature of the architects Togneri and Fitte . A little further on, you can see what remains of the first school in the area: two half-ruined rooms that still preserve the drawings painted by the little students and the first floor, which cannot be accessed due to the lack of stairs, where the director lived. . And in the distance, on the curve of a path covered with leaves, the blades of an imposing windmill.
Four years ago, the beautiful and mysterious ruins of Montelén officially opened their doors to tourism. They can only be visited —as long as it does not rain and by appointment— on weekends and holidays, from ten in the morning until sunset.
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