Este día iba a ser muy especial. También inesperado. Y el día más importante de mi vida.
Por eso, lo primero que hice por la mañana al levantarme fue visitar a mi madre en el cementerio. Estuve un rato charlando con ella, intercambiando impresiones (si, siento que mi madre me escucha y me responde en mi fuero interno), recordando sus consejos de cómo ser un hombre de provecho y, a la vez, pensando en el problema que tenía en mi cabeza dando vueltas.
Ella absorbía todo mi tiempo.. ¿mi madre? No, no, ella, Alejandra, esa bella muchacha con la que había crecido durante toda mi vida en el pueblo, con los típicos juegos de niños. Pero ya no era una niña y yo bien que lo sabía y ella me lo hacía saber con sus miradas....
Enfilé hacia los caminos de tierra más cercanos y aquí tuve dudas, no sabía si seguir el camino paralelo al cementerio o elegir el otro.
Finalmente me decidí por ir por la vía por la que transitan los animales, quería estar solo con mis pensamientos mientras soñaba con ella y ponía mis ideas en orden.
Continué andando mientras disfrutaba de la arboleda y dejaba atrás el depósito de agua del pueblo. Al fondo unas altas construcciones blancas y rojas lo dominaban todo.
Tras superar la parcela de Fulgencio, donde todas las mañanas mi padre trae leña del monte, seguí andando y pensando que mi padre debería un día de estos jubilarse. Pero con mi pobre sueldo de albañil no podíamos mantener a mis 4 hermanos pequeños, así que ahí andábamos los dos, codo a codo.
Los hitos de la vía pecuaria me acompañaban en mi camino. El campo sembrado de trigo a mi izquierda me recordaba el color de su pelo, ay mi Alejandra, que me había calado tanto en el corazón.
Sin embargo su padre era el problema, se oponía a nuestro amor ya que no veía que yo fuera a ser un buen partido para la niña de sus ojos.
Pasé al lado de un edificio quemado en la guerra y alcancé el camino de tierra, llegando enseguida al siguiente cruce. Tres caminos se presentaban ante mi y aquí es cuando me planteé si debia torcer volviendo al pueblo, seguir de frente huyendo de allí o girar hacia mi amada, cuya casa se encuentra en la vecina Quijorna.
Como podréis imaginar decidí que nada podría separarnos y me dirigí hacia ella tranquilamente, sabiendo que nada nos podría separar, iluso de mi...
Recuerdo vagamente que tras dar 100 pasos desde el poste de madera llegué a un lugar el cual se convirtió instantaneamente en el sitio donde siempre permanecería porque... en ese momento yo, Victor Molero me quedé allí para siempre. Y no, no había encontrado a mi amada. Otra cosa me sucedió. Espero que seais capaces de descubrirlo, porque allí donde me encuentro ya no puedo saberlo.
Sin embargo, en el dolor del momento lancé al viento un obsequio que llevaba para mi amada, allá donde esté ahora. El objeto cayó al pie de un árbol a unos 12 metros de mi posición. Si podéis, por favor, dejad vuestra rúbrica en él, muy cerca encontraréis el sello de lacre que utilicé para la carta de amor que llevaba en mi bolsillo destinada a ella.
A mi Alejandra, por siempre...
Te quiero.