Leyendas de Palma Multi-cache

Cuentan que el toque de ánimas en los campanarios de las iglesias marcaba el final del día. Las calles quedaban vacías; la ciudad, resguardada por el cerco de sus murallas, con las puertas atrancadas y provistas de sus centinelas.

Pero no todo era tranquilidad en la ciudad: desde la Portella (muralla medieval) hasta el barrio de los judíos, la gente vivía atemorizada. Más de una noche, la gente permanecía despierta en el interior de sus casas. Eran muy pocos los que lo habían visto, pero su testimonio había sido suficiente para provocar el pánico entre los vecinos.

El rumor se había propagado y ya se daba como inequívoco; por allí habitaba un dragón, que salido de su mundo subterráneo, apresaba a sus víctimas al amparo de la noche.
Algunos que aseguraban haberlo visto lo describían así: enorme y recubierto de escamas, la cola serpenteante, reptando sobre sus cuatro patas y dispuesto a clavar sus dientes y garras a la primera cosa viva que se pusiera por delante.

Una noche llegó a la muralla de Ciutat Bartolomé Coch, gobernador de Alcudia. Tocando la aldaba de la Portella, después de intercambiar santo y seña con el centinela, el caballero clavó las espuelas a su caballo y se fue calle arriba hasta llegar a las caballerizas de su hospedaje.
Bajó del caballo y, a pié, se encaminó a casa de su prometida. Algo debió notar el caballero porque apresuró el paso y se volvió más de una vez, teniendo la sensación de que alguien o algo le acechaba.

Cuando llegó a la ventana en la que esperaba su prometida, sin haber vencido al miedo y sin poder evitar mirar a todos lados, vió con claridad unos ojos vidriosos clavados en su figura.
Alejándose unos pasos de la ventana de la chica, comprobó que aquellos ojos eran los ojos del dragón que le miraba fijamente. Volvió junto a la ventana, dejó la capa colgada, desenvainó la espada y gritó: “Es Drac!”, avanzando calle abajo, ante el asombro de la muchacha.

El dragón abrió sus fauces y arremetió con furia contra el caballero, pero este, esquivando el ataque, hundió la espada en el cuerpo del animal que, herido de muerte, soltó dos tremendos coletazos y quedó muerto sobre las piedras de la calle.

El valiente Coch al verlo muerto, lo llevó hasta la ventana de su enamorada y ofreciéndoselo como trofeo le dijo: “Vet açí es drac: es Drac de Na Coca” (mira aquí el dragón: el dragón de Coca), feminizando su propio apellido y atribuyéndoselo a la que iba a ser su esposa.

El famoso drac no era otra cosa que un cocodrilo cuya presencia en Mallorca no se explica, aunque se piensa que pudo venir con algún barco procedente de Oriente, instalándose en las cloacas donde se alimentó y creció.

Durante mucho tiempo permaneció embalsamado en un arcón de madera, en la casa de la familia Roselló-Miralles, descendientes del valiente Coch. Más tarde fue cedido al Múseo Diocesano.
Según parece la familia lo cedió ya que un día, la criada de la familia se puso a curiosear la caja de madera, la abrió y del susto que se llevó cayó fulminada por un ataque al corazón.

Nos encontramos en la plaza de Cort: plaza en el centro de Palma donde se halla su ayuntamiento, un edificio con mucha historia.

En la fachada de dicho ayuntamiento, se encuentran dos pequeños relieves zoomórficos: “es caragol i sa sargantana” (el caracol y la lagartija), que se dice son la firma de los constructores del edificio.

Las malas lenguas dicen que firmaban de esa manera porque no sabían escribir, otros dicen que lo hacían simplemente porque era su apellido. Lo que es cierto es que esa fachada es una obra de arte y contiene detalles muy singulares.

Además de contestar a las preguntas, quizás quieras intentar encontrar en la fachada del ayuntamiento las dos figuras sobre la piedra, sa sargantana (una lagartija) y es caragol (un caracol); ambos se encuentran separados por una puerta, así que cuando encuentres uno no será difícil encontrar el otro.

Cuentan las crónicas que por allá en el año 1730, un cura que vivía en la más completa miseria, llamado Martín Mascort, encontró enterrado en el patio de su casa un fabuloso tesoro compuesto por cofres de monedas de oro. A partir de entonces, el párroco pudo permitirse el lujo de comprar un esclavo y contratar los servicios de una asistenta.

Con el cura vivía María, su sobrina, una joven y hermosa muchacha que llenaba de felicidad el hogar de Martín. Pero Ahmed, que así se llamaba el esclavo moro, truncó esa felicidad. Sedujo a María y la enamoró: la convenció para que se escapara con él, a lo que ella accedió sin vacilación. La noche de la marcha, Ahmed asesinó a Martín para robarle el tesoro, pero no contaba con que sería descubierto por la horrorizada asistenta, quien de inmediato avisó a los soldados que hacían la ronda.

El esclavo fue detenido, condenado a morir apaleado, y a serle amputada la mano antes de morir. Como escarmiento público, la mano debía ser expuesta sobre la puerta de la casa del difunto, y allí permaneció más de un siglo, en una urna, por lo menos hasta el año 1841, y la cabeza fue exhibida en el mismo Born, donde se dejaban els caps de los ajusticiados. María, pasó los restos de sus días en un convento, donde murió de arrepentimiento y desolación.

Todavía hoy, una rústica cabeza de moro (con turbante y bigote a la turquesa) cuelga de la esquina del Born con otra calle. Quizás quieras buscar la representación en piedra del Cap des Moro situada en una de las esquina de las calles que confluyen en la plaza, además de resolver las preguntas.