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El
Fortín
La palabra fortín se utiliza para
denominar, de forma genérica, toda obra blindada, abarcando desde
un simple nido de ametralladoras hasta estructuras más
complejas.
El que tienes delante estaba compuesto
por un parapeto aspillerado, un refugio y un nido de ametralladora.
El conjunto estaba construido con mampostería y el refugio y el
nido estuvieron protegidos con una plancha de hormigón armado.
Sobre esta plancha de blindaje se colocaba la capa de
enmascaramiento, formada por piedras puestas de forma irregular y
sujetas con mortero. Además de servir de camuflaje, esta capa de
piedras era la primera en parar el impacto de los proyectiles y se
podía reponer fácilmente por la noche.
Durante las ofensivas, los propios
soldados eran los encargados de cavar las trincheras y construir
parapetos para protegerse. Cuando el frente se calmaba, estos
trabajos eran desarrollados por compañías de fortificación, que
estaban compuestas por hombres mayores, no aptos para el combate,
por especialistas en oficios relacionados con la construcción
(albañiles, canteros, carpinteros...), que resultaban más útiles
con el pico que con el fusil y, en muchas ocasiones, por
prisioneros de guerra y presos políticos. Observando el terreno,
donde aflora continuamente la roca, podemos imaginar la dureza de
estos trabajos.
La trinchera era el lugar en el que más
tiempo pasaban los soldados. Tenían que aprender a vivir y
sobrevivir en este medio. A las malas condiciones del espacio había
que sumar el hastío, la soledad o la tristeza que a menudo
embargaba a los jóvenes combatientes.
Para combatir el aburrimiento, los que
sabían, escribían y leían y releían las cartas recibidas, se jugaba
a la baraja, se fumaba -casi todos los soldados lo hacían, pues
calmaba los nervios y ayudaba a compartir el tiempo con los
compañeros-, se bromeaba...
Un entretenimiento habitual y
beneficioso para la salud era cazar ratas y despiojarse. Los piojos
eran una de las mayores incomodidades pero también motivo de risas.
Algunos veteranos cuentan que tenían tantos piojos que si dejaban
en el suelo el jersey, este se movía solo. También recuerdan las
carreras de piojos que consistían en poner 4 piojos bajo un tapón
de cerveza colocado en el centro de un plato de aluminio. Se elegía
un piojo, se apostaba y cuando se quitaba el tapón se jaleaba a los
competidores hasta que uno llegaba al borde del plato y
ganaba.
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