En aldea la Mens, en el ayuntamiento de Malpica de Bergantiños se encuentran las Torres de Mens.
Por la documentación existente, se sabe que entre 1465 y 1467, el valiente pertigueiro mayor del señorío de Santiago, Bernal Yáñez de Moscoso, señor de Altamira, después de hacer prisionero a su enemigo el arzobispo compostelano Alonso de Fonseca y Azevedo, ...
... lo mantuvo cautivo durante dos años en sus castillos de Ferreira, Mens y Vimianzo.
Este castillo, como otros muchos, fue derribado durante la Revuelta Irmandiña de 1467.
Allá por el año 1472, uno de sus hidalgos, consigue reconstruir para su señor, Lope Sánchez de Moscoso, primer Conde de Altamira, las derribadas fortalezas de Altamira, entre ellas la de Mens, sobre una fortaleza anterior, que a la vez se situaba sobre un antiguo castro.
Es conocida también como Fortaleza de los Moscoso, linaje que la manda construir.
En el año 1871, una hermana del conde, María Luisa Osorio de Moscoso, duquesa de Baena y condesa de Sevilla, comenzó a desprenderse de los muchos bienes que la antes poderosa casa de Altamira tenía en Galicia.
Entre otros bienes, en 1872 vende el Castillo de Mens a Pedro Abelenda y Díaz de Andrade, familia muy arraigada en esta comarca y tatarabuelo del actual propietario, Agustín Ordóñez, que rehabilitó las torres en 1988, encargándole la tarea al arquitecto Manuel Gallego Jorreto.
En 1993 esta ejemplar y cuidadosa rehabilitación recibió el premio que otorga Europa Nostra a monumentos salvados de la ruina.
El edificio está incluido en el Registro General de Bienes de Interés Cultural (BIC) como monumento de arquitectura militar desde el año 1994.
Las Torres, de propiedad privada, no se pueden visitar. Aun así, es una maravilla observarlas desde fuera.
El castillo se encuentra rodeado por un recinto doblemente amurallado de perímetro en forma ovalada, casi circular, construido en mampostería con materiales propios de la zona. El conjunto está formado por la casa palaciega y tres torres de planta cuadrada, en las zonas nordeste, suroeste y sureste, de sillería, de unos doce metros de altura y en el interior se ubica un patio central.
La planta del volumen principal tiene forma de L, y está rematada por un turrón girado respecto al eje del edificio.
La torre del homenaje es la más alta con tres alturas, en su última planta sobresale un llamativo balcón corrido de madera orientado al sur sostenido por grandes matacanes, donde existe el único símbolo heráldico de toda la edificación que representa a la familia de los Condes de Altamira a través de una cabeza de lobo.
La torre principal tiene una puerta con arco ojival que da a un patio de armas. También se supone que en la puerta de la entrada había un puente levadizo, se puede reconocer restos del primitivo foso.
Ni las murallas ni las torres han conservado los viejos merlones pentagonales ni los huecos de las almenas, perdidos hace ya mucho tiempo. Pero conservan la robustez y la sobriedad.
Una leyenda nos narra que existe un pasadizo entre el castillo y la iglesia románica, aunque nunca se pudo demostrar su existencia. Nos dicen que el conde había raptado a una hermosa joven de la aldea y la tenía presa en el castillo. Los aldeanos asaltaron el castillo y el conde tuvo que huir por el túnel. Para que no escapara, los asaltantes le prendieron fuego en las dos bocas. Desde entonces el trigo y el maíz que nacen arriba de este paso subterráneo amarillecen más pronto debido a la maldición pasada.
Otras leyendas nos hablan de otros pasadizos que llegaban hasta la costa, concretamente hasta la Furna Travesa, en la playa de la Seiruga.