¡Malditos piratas marihuervanos!
Me adentré en los confines de las tierras de María de Huerva para recuperar lo que era mío. Lo que durante siglos había pertenecido a los piratas zaragozanos de mi familia
Esperé agazapado a que esos piratas abandonasen su hogar, y entonces me adentré en lo más profundo de su guarida, donde guardan sus trofeos y sus monedas de oro... Un olor pestilente, casi nauseabundo, me embriagó y de repente recibí un golpe en la cabeza...
Me desperté y vi a una señora mayor, de apariencia entrañable, mirándome fijamente sentada en una silla, pegada a la pared de enfrente. ¡Era la agüela! Me había embriagado con una botella de ron, me había golpeado y me tenía amordazado en el suelo...
Pasada una hora, la anciana se levantó y se dirigió al baño. Fue entonces cuando, arrastrándome por el suelo, alcancé un viejo sable con empuñadura de oro y diamantes, y frotando mis ataduras a la afilada hoja de ese sable, logré por fin liberarme. Cogí lo que por herencia me pertenecía y un puñado de doblones de oro por las molestias, y escapé por la ventana...
Esos aprendices de bucanero jamás volverán a ver mi mapa del tesoro.
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